miércoles, 29 de julio de 2009

En caliente

Siempre nos han recomendado tomar las cosas con calma, pero estos meses, a través de los medios de comunicación, hemos asistido a un desfile de imágenes y frases que nos llevaron a contar hasta 10.

Recuerdo una propaganda en la que se nos recomendaba contar hasta 10 si se nos presentaba una situación estresante, el objetivo era lograr que no actuáramos movidos por la ira para no tener que lamentar sus consecuencias. Varios habrán descubierto que ésta no sólo era una técnica que ayudaba a evitar problemas entre familiares, amigos y vecinos, sino que prevenía diversas enfermedades.
Desde los tiempos más antiguos se asocia la serenidad con la sabiduría. Caciques, filósofos, maestros, y profetas pasaron un largo rato en el desierto moldeando su carácter y su pensamiento antes de volver a sus comunidades con su mensaje. Cuando regresaban, aunque no estaban exentos de algún sobresalto o disgusto, parecían imperturbables. En su último gran gesto el nazareno más famoso le pide a su padre que perdone a aquellos que lo insultaban, lo escupían y lo golpeaban sólo por proponer que se amen unos a otros.
Paulatinamente esto fue cambiando y en nuestros días el que tiene bronca, tiene prensa, y ese se gana la simpatía de numerosos sectores. Hace unos meses Susana Giménez estaba enojada porque habían matado a una persona que formaba parte de su staff y, con bronca, pidió que se instalara la pena de muerte, minimizó los derechos humanos, y se descargó. Un psicólogo habrá pensado “liberó su bronca reprimida y se evitó un tick nervioso”. El mecánico del taller de la vuelta habrá dicho “no le llevés el apunte, está caliente”. Pero no. Aunque no se trataba de un especialista en la materia que concluía su tesis presentando investigaciones, estadísticas y conclusiones, se le atribuía autoridad a sus palabras. Tiempo después un joven de Buenos Aires reclamaba justicia por la muerte de su padre. El reclamo era lógico y comprensible, sin embargo lo que me asombraba era que los periodistas le estaban preguntando a ese vecino dolido qué pensaba sobre bajar la edad de imputabilidad y sobre instalar la pena de muerte. El sentido común nos dice que si una persona se encuentra en un proceso de duelo, no le podemos ir a preguntar qué le parece la vida. Luego los vecinos del barrio, donde asaltaron y mataron al hombre, golpearon a un magistrado y a un funcionario de la zona, varios periodistas creyeron que se trataba de un mensaje de la sociedad para la justicia: una piña significaba instaurar la pena de muerte y una patada bajar la edad de imputabilidad.
Sin pretender igualar a estas personas ni a estos hechos con los que voy a citar, vale la pena recordar, (para dimensionar hasta dónde nos puede conducir el resentimiento), que habían pasado casi diez años del final de la primera guerra mundial, los alemanes todavía estaban dolidos. Seguían pagando las consecuencias de esa guerra en la que habían perdido territorios, prestigio, y dinero. Adolf Hitler era uno de ellos, su cólera se depositaba en comunistas, judíos, homosexuales, discapacitados, gitanos, negros, y todo el que lo mirase mal. Toda esa bronca se acumuló en un discurso que se reprodujo por los nuevos instrumentos que aparecieron en esa época. La gran mayoría aplaudió y pocos interpretaron que ese muchacho estaba caliente.
Ahora que los medios de comunicación tienen engripada su agenda se han generado las condiciones para poder pensar con calma y sensatez este tema. ¿Hay inseguridad? ¿se revuelve de esa manera?

martes, 21 de julio de 2009

Feliz día del amigo

La ruta 9 divide en dos la ciudad. De un lado queda el parque al que siempre llamé pulgarcito. Lo remodelaron hace poco, donde había una calesita y un circuito de karting, ahora hay modernos juegos de toboganes y otros entretenimientos para niños a los que no le encuentro forma con mi mirada de grande. Hay tipos casillas que supongo que hacen de baños. La iluminación transforma esta vieja manzana en un lugar moderno.
Sábados y domingos los niños corren, ríen, saltan, y reúnen a la familia en el parque. Compran unos panchos, un pochocho, una garrapiñada o un algodón y se van contentos con su linda tarde. Cuando las familias se retiran llega el silencio y el pulgarcito parece un lugar abandonado. En un tiempo los serenos permanecían toda la noche recorriendo los pasillos y las veredas. Ahora no los veo.
En una de las esquinas hay una fuente, varios grupos se reúnen alrededor, algunos turistas se sacan fotos, otros se sientan a tomar una Coka, y otros caminan. Se parece bastante a la fuente que está en Mar del Plata al final de la peatonal San Martín, sólo que faltan los Power Rangers, los Micky Mouse, o el Hombre Araña. Acá, los Súper Héroes no se bajan del trencito que recorre gran parte de la ciudad.
El ruido de las motos reemplaza los murmullos y el alboroto de los niños. Es que en Termas siempre hay motos, y los motociclistas no se conformaron con el sonido de las sordinas: ahora escuchan reguetones y cumbias mientras manejan. No sé en qué lugar de las motos instalan esos equipos, pero ahí están. Alguien me dijo alguna vez que las calles que rodean el pulgarcito se convierten en la pista del tontódromo, y es cierto, tan cierto que yo soy uno de los tantos pilotos que conducen una onda wave.
Frente al parque, cruzando la ruta 9, está la YPF, varios negocios y un Pub. Como cada noche de los fines de semana, "El Chúkaro" está lleno. Pido un vodka con Speed y le digo a Ingrid que nos vayamos. Que crucemos la ruta y vayamos al parque. Vamos saliendo y un vago que le presume le pregunta a dónde va. Ella le dice que a hamacarse en el parque. Me río. Es sincera. A eso vamos: a hamacarnos, aunque él crea que nadie se hamaca a esa hora, que todos, a las 4 de la mañana, tratan de encontrar a alguien con quien coger. En la puerta parece que se armó un pequeño disturbio. Alguien que trata de entrar y el seguridad del local que le niega el paso. Puteadas, explicaciones de todo tipo, y logramos salir. Antes saludamos a los que cruzamos. Feliz día del amigo, mua, mua. Cruzamos la ruta, de lejos viene un camión y por la esquina llega una moto, él que va atrás toma un vino en una botella de plástico cortada y grita o balbucea algo.
Llegamos a la vereda del pulgarcito. Hace frío. Cada uno tiene su vaso de vodka con Speed. Ella me dice de comer una hamburguesa en la YPF. Le digo que no, que ya comí un sandwich en los carros y ella me confiesa que está llena pero que quiere ir para ahí. Al final nos quedamos. Hablamos de los amigos: de lo que sentimos y de lo que pensamos de cada uno de nuestros amigos. Que aquel es así y el otro asa.
-Me parece que nosotros haríamos una linda pareja.
-No sé, no creo. Nos llevamos bien como amigos, pero como novios nos celaríamos mucho.
-Sí, no sé.
-Por ahí en otra vida.
Se ríe y me dice que siente que el vodka le está pegando. Pasa un amigo. Le chiflamos. Para. Caen dos más. Recién salen de trabajar. Un poco de formalidad y comenzamos a reírnos. Hablamos de todo un poco, desde que antes esto y ahora aquello. Que ahora se fuma porro en la escuela, que en el campo también toman merca, que los videitos caseros son la sensación del momento, que esta ciudad es chica, pero siempre sale algo.
No puedo recordar cada detalle de la conversación. Se acaba el alcohol.
Le digo a Ingrid que volvamos al "Chúkaro". Cruzamos la ruta. Por un ratito siento que soy feliz. No le digo a Ingrid gracias por ser mi amiga porque ya somos grandes. Entramos y bailamos un reguetón. Cinco horas antes le había dicho feliz día del amigo y nos abrazamos fuerte.

martes, 7 de julio de 2009

Atrapar el viento

Trato de subir,
lo más alto que puedo,
para observar todo desde arriba,
tranquilo, claramente,
pero las plumas de mis alas,
una a una me abandonan,
y tengo miedo de caer y finalmente perder.


Al fin, cerrando mis ojos,
Descubro que,
cuando vuelo,
él, solamente me hace jugar,
porque al viento,
¿quién lo puede atrapar?


Y éste me devuelve,
lo que nunca pude crear,
ese espacio al que el hombre no llega,
si es que no aprende a esperar,
a que el viento, finalmente......
se decida a soplar

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